Miguel Mejía – La redada en CRIPDES

El 2 de octubre del año pasado me senté a platicar con Miguel Mejía de SALVAIDE. En esa conversación hablamos de aquel 19 de abril de 1989 en que las autoridades hicieron una redada en las oficinas de CRIPDES, en la que lo apresaron a él y a varios más, incluyendo a Isabel Hernández, entonces presidenta de la organización.

La plática ha sido condensada para mayor claridad.

Estábamos en medio del conflicto y organizaciones como CRIPDES estaban en el ojo de los cuerpos represivos. Nos consideraban subversivos, comunistas, grupos de fachada. Los dirigentes sufríamos persecución y éramos vigilados.

Ese 19 de abril yo llegué a una parada de buses, alrededor de las 7:30 de la mañana. Ahí tenía que encontrarme con quien hoy es mi compañera de vida. Desde que llegué, noté un microbús parqueado. Tres tipos estaban recostados en una pared y viendo la parada. Me pareció sospechoso y pensé en irme, pero no quise dejar a mi compañera y a sus hermanas que serían capturadas, aún si yo me iba. Así que decidí quedarme.

Al rato apareció ella con su hermana mayor, Gloria (que hoy vive exiliada en Canadá), el hijo de mi compañera y una hermanita que tiene problemas. Los llevaban al colegio.

Cuando subimos al bus, dos de los hombres también subieron. El microbús también arrancó y se mantuvo detrás.

Nos fuimos hasta el fondo y le advertí a ella que nos seguían. Andaban de civil, sin identificación, perfectamente capaces de desaparecernos.

Mi compañera le advirtió a su hermana para que los niños se bajaran antes y caminaran solos. Pero la hermana decidió que iría con ellos como siempre.

Cuando el microbús se le metió al bus, mi compañera y yo aprovechamos para bajarnos y logramos llegar a la oficina.

Confirmamos que su hermana, después de dejar a los niños en la escuela, fue capturada. Fuimos a poner la denuncia en tutela legal y ahí encontramos a la que hoy es mi suegra porque habían capturado también a otra de sus hermanas que vivía en San Bartolo.

Regresamos a CRIPDES y supimos que el ejército había llegado a otras organizaciones, FENASTRAS entre ellas. A las tres de la tarde, estábamos en reunión con las compañeras y compañeros evaluando esa situación, tensos porque podíamos ser los próximos. En eso nos interrumpe uno de los jóvenes para advertirnos que el ejército había rodeado la oficina.

Los compañeros cerraron las puertas y lograron ponerles cadenas. Pusieron sacos de comida como barricadas y lograron contenerlos momentáneamente.

Enfrente de CRIPDES pusieron un camión militar con un gran sonido que penetraba al cerebro y no dejaba oír nada. La embajada de Estados Unidos estaba cerca, pero nadie hizo nada.

Mientras tanto, nosotros tomamos los nombres de todos los que estaban dentro del local. Ahí siempre estaba lleno. Había gente que venía de varias comunidades del país, unas 75 personas, mujeres, ancianos, heridos, en silla de ruedas. Había que sacar el nombre incluso de aquellos a quienes solo conocíamos por seudónimos. Se le dio la lista a un periodista y se logró hacer la denuncia internacional, comunicándonos con la solidaridad en Estados Unidos.

Hasta después se le ocurrió al ejército cortar la línea telefónica.

Alrededor de las ocho y media de la noche forzaron las puertas y el techo para entrar por arriba.

No podíamos ofrecer resistencia porque éramos un grupo legal, en la lucha de refugiados, denunciando bombardeos, capturas y desapariciones. Tampoco porque había niños, ancianos o heridos con nosotros.

No podíamos usar tampoco a los grupos de autodefensa, con sus hierros que usaban para defenderse de los antimotines en las marchas.

Así que nos capturaron. Nos golpearon y subieron al camión.

Nos llevaron a la policía de hacienda.

Esposado y vendado escuché en mi oído: “Te nos escapaste hoy en la mañana, cabrón”. Podía sentir el lomo de un cuchillo en mi nuca.

Para 1989, ya se había conseguido que no pudieran capturarte por más de 3 días. Para ese entonces ya existía el Comité de Presos Políticos (COPPES).

Miguel Mejia en Mariona

Pero aun así, cuando te capturaban, te mantenían en calzoncillos, vendado y esposado, con las manos atrás. De pie todo el tiempo. Te hacían la guerra psicológica: torturar a alguien a la par, amenazarte con que iban a traer a tu familia y la iban a matar, que iban a tirarte de helicóptero o te daban golpes en el estómago que no dejaban marcas y te hacían daños internos. No te dejaban ir al baño, no te daban agua, no te dejaban dormir, te obligaban a hacer ejercicio o te ponían la capucha, una bolsa con cal que apretaban para que no pudieras respirar, mientras te daban rodillazos en el estómago para que sacaras el poco aire que te quedaba dentro.

Las salas de tortura eran pequeñas y con poco aire.

Ahí interrogaron hasta los niños para saber quiénes eran sus papás. Una de las niñas, quizá ya entrenada, contestaba “eso no se dice”. De madrugada, soltaron a una mujer con los niños en el centro de San Salvador y la Cruz Roja los recogió.

Poco a poco, empezaron a soltarlos.

Después de ser liberada, mi compañera estuvo en cama quince días a causa de los golpes. Un compañero no podía hablar por los que recibió en el pecho.

Seis de nosotros no fuimos liberados. Tres mujeres y tres hombres: Trini, compañera de Suchitoto; Isabel Hernández y Mirtala López, que fueron a Cárcel de Mujeres. Conmigo estaban Inocente Orellana y Jorge Olmedo (hijo de Trini), que luego terminaría asesinado cuando manejaba microbuses y la guerra había terminado. Los tres fuimos al penal de San Vicente.

Yo ya había tenido mi experiencia de prisionero político en 1987, cuando entonces nos concentraban en Mariona, donde ya habíamos impuesto nuestra disciplina, organización y estábamos divididos por categorías, en lo que se conocía como “el quinto frente, Pedro Pablo Castillo”. Los que estuvimos ahí salimos en canje o amnistiados, con excepción de veintitrés compañeros (incluyendo los que participaron en la acción de la zona rosa). Ellos no lograron sostener la organización y fueron redistribuidos en varias cárceles.

Para el 89 ya no existía ese aparataje y a nosotros tres también nos llevaron a varias partes. Cinco días estuvimos en Mariona con los comunes. Luego, en pick-up, nos llevaron a San Vicente, revueltos con los comunes. Yo estaba solo con Jorge.

El jefe de celda es siempre el que tiene más confianza con el director. Nos quedamos durmiendo en el suelo, debajo de la cama de él. Nuestra almohada era la mochila, que solo tenía la ropa de repuesto.

Con todo, la lucha siempre fue reconocida por el pueblo. La mayoría de los comunes te respetaba, aunque no compartieran la bandera de lucha.

Estuvimos ahí alrededor de seis meses.

Hubo gran presión internacional y se pagó cierta cantidad de colones para que los jueces corruptos nos fueran soltando uno a uno.

Creo que su idea era descabezar a CRIPDES por ser una organización fuerte, por denunciar internacionalmente y organizar a los desplazados. Pero ahí andamos. Un poco viejos y enfermos, pero ahí andamos.

 

ACTUALIZACIÓN 23-4-19. Isabel Hernández aclara que eran 64 las personas que se encontraban dentro de CRIPDES ese día.

 

Si desea escuchar la plática entera o saber más sobre la organización de presos políticos en el penal o sobre las labores de comunicaciones y propaganda con el periódico mensual “Futuro digno” (elaborado en mimiógrafo), lo invitamos a escuchar la entrevista:

 

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